Siempre que hablamos de migración, relacionamos el tema como una oportunidad de buscar opciones que no se encuentran en el país donde vivimos o nacimos. Se ve como una posibilidad también, de contribuir a la mejora de la calidad de vida de nuestras familias.
Sin embargo, la coyuntura política y económica actual, dificulta la situación del flujo migratorio, generando que la mayoría de personas que deciden partir al extranjero vivan circunstancias extremadamente difíciles, por lo cual emigrar se ha convertido en una acción que lleva un proceso riesgoso de adaptación en el país de destino.
A menudo deben vivir en condiciones difíciles y en algunos casos peores a las que tenían antes de la partida.
Migrar supone también un fuerte cambio en la persona, pues no sólo su vida deberá ajustarse a una nueva realidad social y cultural sino que él vivirá un cambio de los vínculos con todo aquello que deja atrás, incluyendo gente cercana. Estos cambios se verán en aspectos de su persona relacionados con el estatus jurídico y legal, así como con características emocionales y psicológicas. No es lo mismo ser “ciudadano” peruano que “inmigrante” en un país lejano, así como tampoco es lo mismo cumplir el rol de madre cerca de los hijos o hacerlo a diez mil kilómetros de distancia.